Cuando la pena llega y no se quiere ir, es importante aferrarse a un recuerdo. Algo que evite que la mente se hunda en la profundidad de la desesperación. Algo que evite que el espíritu se contamine con eso que duele como la picada de miles de escorpiones destilando su veneno.
Esa es la tabla de salvación. La que nos mantiene cuerdos, la que nos mantiene vivos. La que nos permite ver a los cuatro jinetes y seguir siendo humanos.
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